Con mi primo Antonio en el rincón preferido de su casa. Foto / PM
. Antonio,
has muerto en la mañana de hoy, sábado día 27 de junio, después de unos días
moviditos en que has permanecido ingresado en el hospital, donde te llevaron
tus hijos hace unos días después que sufrieras un achaque. Ha sido al
amanecer. A mí, personalmente, me
hubiera gustado más –ante el cuadro clínico que presentabas, con recuperación
imposible- que hubieras fallecido el pasado día 13, fiesta de San Antonio y de
grato recuerdo en tu casa, con celebraciones especiales durante muchos y muchos
años. Pero vaya, tampoco eso es algo que tenga especial relevancia en estos
momentos.
¿Y ahora qué amigo Antonio, y ahora qué primo
Antonio? Eso es lo que me pregunto yo
una y otra vez deseoso de encontrarte siempre hasta ahora en mi espacio vital
fresnedino. ¿Y ahora qué? Ahora, como ya preveía pese a no quererlo aceptar,
tendré que hacerme a la idea definitiva que se acabaron para siempre tantas y
tantas horas de amistosa relación pasadas en tu cocina, los paseos hasta San
Martín con tu taca-taca…
Te vas a los 94 años y dejas en mi mejilla sonoros
besos que han dejado sembrados unos cuantos surcos. Mil gracias. Dejas también,
un espacio de padre consejero que ocupaste sin saberlo después de haberlo
perdido yo en la tragedia de la vida. Y dejas también, tú y yo lo sabemos bien,
horas y horas de interminables conversaciones sobre temas (¡ay el amor, ay el
desamor, ay la familia, ay la bondad, ay la justicia social, ay la envidia, ay
Fresneda…!) que seguíamos de año en año a manera de capítulos (un cafecito, otra
copita…), conscientes de lo fácil que lo teníamos para continuar leyendo en el
libro de una amistad basada en el respeto y en la admiración que siempre he
sentido por el Antonio hombre, el Antonio esposo casado con mi prima Monja, la
Paulina (¡a la que tanto y tanto querías!), el Antonio ganadero, el Antonio
cazador y el Antonio primo y vecino.
A pesar de los años de diferencia –ahora, tú, 94;
yo, 57- en todo momento supiste ponerte a la altura de mis circunstancias y
siempre, cosa que te agradeceré por siempre más, depositaste en mí muestras de
confianza (revelaciones, afirmaciones, consejos…) que te agradezco
infinitamente y que, evidentemente, seguirán siendo cosa de dos: de ti y de mí.
Gracias a tus conocimientos y a tus vivencias tuve la oportunidad de pasar lluviosos días y nevadas noches con el Antonio cazador y con el
Matagatos de leyenda, un dos en uno con una y mil historias en las que cabían
todos los animales habidos y por haber de una sierra fresnedina (ciervos,
corzos, lobos, zorros, jabalís, garduños, gamusinos, liebres, conejos, gatos monteses, palomas,
ardillas…) que conocías como la palma de tu mano.
¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas como reías cuando te
decía que últimamente los ciervos, los corzos, los jabalís y hasta los
mismísimos gatos monteses con los que te ganaste el sobrenombre de Matagatos y
que tanto y tanto habías perseguido, se reían de ti al verte cómo estabas? ¿Te
acuerdas?
Siempre podré decir que fue desde el imaginario
Antoniano/Matagatoniano que empecé a recorrer buena parte de los valles
fresnedinos que tanto y tanto conocías a partir de tu afición a la caza y a tu
trabajo de carbonero que realizaste en espacios con nombre de buenas chocas:
Martinzalaya, Urraiza… Más allá de estos aspectos, hay otros relacionados con
el Antonio vecino (ejerciste de Juez de Paz…) que podrían ocupar páginas y
páginas. Tu capacidad para contar chistes verdes -lo realmente verde y que nos
hacía reír a todos sanamente era el entusiasmo y gracia –¡ay esos ojuelos tan
pícaros!- con que los contabas en las reuniones de antes y después de comer que
hacíamos en tu banco, en el de la Pepa o en el de la Sabina, junto a otros
vecinos como la María, la Anastasia, la Nati, Justi, Mari y Rosa, mi mujer- tu
capacidad para contar chistes, nos permitía, decía, pasar muy buenos ratos en tu
feliz compañía. Cuando ya no pudiste más y dejaste la casa… esos ratos de
vecindad no volvieron a ser lo mismo, y sólo intermitentemente tu presencia los
volvía a convertir en ratos felices.
Comenzadas hace unos días, repaso una y otra vez
estas líneas consciente que has iniciado, parece ser, tu viaje definitivo. Lo
escribí hace unos días y se lo dije a tu hijo Emilio y a su mujer Begoña (mis
queridos primos). Hoy me hace feliz saber que has salido ya de tu casa de la
calle Mayor, que marchas por las Callejas, que llegas hasta el Barrio
Manzanares (tu otra casa) y que
prosigues tu camino por los Navares, la Magdalena, el Cañal del Herrero (tu
cañal), Martinzalaya, la Lagunita, Remendía, Rehoyo, Pozo Negro… Repito: desde
mi más profundo dolor por tu marcha e
irreparable pérdida, me hace feliz saber que has iniciado ya finalmente el
último viaje que tú ya tenías en mente desde hace años.
Evidentemente, mi amigo y primo Antonio Rábanos
Hernando, ha sido principalmente y de eso soy bien consciente, muchísimas cosas
más que las hasta ahora aquí reseñadas, fruto todas ellas de un relación de
amistad que siempre le agradeceré.
Antonio ha sido una buena persona, un fresnedino
de pro, y un excelente marido de Paulina Monja, mujer a la que amó con pasión y
con la que trabajó con tesón para sacar adelante a la familia, y con la tuvo
cinco hijos: Luisa, Antonio, Leonci, Emilio y Yolanda. A todos ellos, mi más
sincero pésame.
Amigo y primo Antonio, llegado este momento del
adiós y como siempre he venido haciendo hasta ahora cuando marchaba de Fresneda
para venir a Granollers, recibo tus besos y te doy los míos. Ah, y también los
de Rosa!
Aviso: Los funerales por Antonio Rábanos Hernando
tendrán lugar mañana domingo día 28 a las 13,00 horas en la Iglesia Parroquial
de Fresneda.
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